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Información práctica

Se utilizan para
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  1. Los analgésicos 
  2. Fármacos analgésicos coadyuvantes o coanalgésicos 

 

1. Los analgésicos

Los analgésicos se prescriben para aliviar el dolor y para ello se aconseja usar la escala analgésica del dolor propuesta por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es un esquema en el que se colocan los medicamentos para tratar el dolor en orden ascendente según la potencia analgésica que tengan, o sea su capacidad para eliminar el dolor en función de la dosis. Así un fármaco será más potente que otro si es capaz de eliminar el mismo dolor con una dosis menor.

Según esta escala, los primeros analgésicos que se aconsejan son los del primer escalón, los analgésicos sin opiáceos. Si el dolor no cede se pasará a los analgésicos del segundo escalón: los opioides débiles o menores (como el tramadol o la codeína) en combinación con los del primer escalón, es decir, los AINE o el paracetamol. Si a pesar de esto la persona sigue sintiendo dolor, se pasará al tercer escalón, en el que estarán los opioides potentes o mayores (como por ejemplo, la morfina o el fentanilo) combinados con los del primer escalón.

No se deben usar nunca dos opioides juntos ya que esto no se ha demostrado que sea eficaz para controlar el dolor y en cambio potencia la aparición de efectos secundarios. Así cuando se pasa al tercer escalón, los opioides potentes o mayores se combinan con AINE o paracetamol, no con opioides débiles o menores

 

 

2. Fármacos analgésicos coadyuvantes o coanalgésicos

En cualquiera de estos escalones se puede añadir al tratamiento una serie de fármacos llamados analgésicos coadyuvantes o coanalgésicos, sobre todo en enfermedades crónicas graves. Los coanalgésicos son un grupo muy heterogéneo de fármacos cuya característica común es que aunque no son analgésicos en sentido estricto, resultan eficaces para el alivio de determinados tipos de dolor. Estos fármacos actúan contra el dolor sin modificar las vías que sigue el organismo para desencadenar la respuesta dolorosa, ya que actúan sobre otros factores que contribuyen a aumentar el dolor o prolongarlo en el tiempo, como la inflamación, la ansiedad, los problemas digestivos, etc.

En cualquier caso tanto los analgésicos como los coanalgésicos, al igual que todos los medicamentos, deben tomarse en las dosis necesarias para cada persona y cada situación, por lo que estas dosis deben ser ajustadas individualmente. El dolor se puede modificar por múltiples factores, por lo que las dosis pueden variar de forma importante de una persona a otra.

 

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Cómo actúan en el organismo
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  1. Analgésicos no opioides 
  2. Analgésicos opioides 

 

1. Analgésicos no opioides

1.1 Antiinflamatorios no esteroideos (AINE)

 

Cuando aparece una lesión en un tejido del cuerpo, el organismo pone en marcha una serie de reacciones encaminadas a avisar al cerebro de que hay algo no está funcionando bien. Esto es muy importante ya que si, por ejemplo, se está haciendo un ejercicio demasiado intenso, el dolor de los músculos ayudará a modificar esta intensidad y así se evitarán lesiones. Pero un dolor demasiado intenso o mantenido ya no es útil, y no sólo esto sino que, además, resulta perjudicial. Los AINE interrumpen esta serie de reacciones encadenadas y evitan que se formen unas sustancias responsables del dolor, la inflamación y la fiebre. Es por ello por lo que la mayoría de fármacos de este grupo son capaces de actuar no sólo sobre el dolor, sino también sobre la inflamación de los tejidos y la fiebre.

Estos medicamentos actúan de forma rápida calmando o eliminando el dolor pero no su causa, que debe ser tratada con otros fármacos; por ejemplo, una persona tiene una infección en la garganta y además de fiebre y malestar tiene dolor. Los AINE, como el ácido acetilsalicílico, eliminará temporalmente el dolor de garganta, pero no eliminará la infección. De hecho lo más probable es que mientras dure la infección, la persona tenga que tomar analgésicos de este grupo para atenuar el dolor y deje de necesitarlos cuando desaparezca la infección.

Estos fármacos tienen techo analgésico, es decir, llega un momento en el que aumentar la dosis no modificará significativamente la intensidad del dolor. En la mayor parte de los AINE, tomar más del doble de la dosis mínima eficaz ya no es útil para tratar el dolor si aún no ha desaparecido, y el único resultado es que aumenta la probabilidad de que aparezcan efectos secundarios. Esto no quiere decir que estos analgésicos no sean eficaces, de hecho son capaces de controlar la mayor parte de los dolores que las personas sufren de forma habitual, como los dolores de cabeza, de garganta, dolores articulares, dolores musculares, dentales, cólicos renales o dolores oncológicos en sus fases iniciales.

La mayor parte de los AINE produce un efecto rápido sin apenas efectos secundarios, que habitualmente sólo aparecen cuando la persona los toma durante un periodo largo de tiempo.

 

1.2 Paracetamol

El mecanismo de acción del paracetamol, a pesar de lo extendido de su uso, no es bien conocido. Se cree que actúa a nivel central e inhiben la formación de prostaglandinas, que son sustancias mediadoras del dolor. Esta inhibición confiere al paracetamol un efecto analgésico, pero no antiinflamatorio como los AINE. En cualquier caso el paracetamol es un analgésico eficaz en el control de los dolores en los que el componente inflamatorio no sea el principal desencadenante. Los efectos secundarios del paracetamol vienen derivados de su toxicidad sobre el hígado, en dosis cercanas a las que se consumen habitualmente. Esto es especialmente importante en personas con enfermedades hepáticas, en las que el uso del paracetamol estaría desaconsejado.

 

2. Analgésicos opioides

 
 
2.1 Opioides débiles o menores

Estos medicamentos se utilizan cuando la intensidad del dolor es moderada o cuando el efecto de los analgésicos no opioides no logra controlarlo del todo. De hecho, cuando la toma de analgésicos no opioides solos no logre controlar el dolor, lo habitual es que se añada algún opioide menor, como el tramadol o la codeína. Por ejemplo, si una persona toma un analgésico no opioide por dolor, por ejemplo en una herida quirúrgica, pero a pesar de ello el dolor permanece en un nivel que interfiere de forma importante en las actividades de la vida de diaria, al analgésico no opioide ya prescrito se le añadirá un nuevo fármaco del grupo de los opioides débiles o menores. Como todos los analgésicos, los opioides débiles son capaces de eliminar el dolor, pero no la causa que lo motiva.

Los opioides débiles o menores tienen techo analgésico (el máximo efecto que un fármaco puede producir), de tal modo que a partir de una dosis determinada aumentarla no hará reducir significativamente el dolor. Cuando el dolor no desaparece a pesar de combinar analgésicos no opioides con opioides débiles o menores, el procedimiento habitual, según la escala analgésica de la OMS, es cambiar estos últimos por un fármaco del siguiente grupo, en este caso, por un opioide potente o mayor.

 

2.1 Opioides potentes o mayores

Estos fármacos se utilizan cuando la intensidad del dolor es grande y el tratamiento con analgésicos no opioides solos o junto con opioides débiles o menores no es capaz de controlarlo. Lo más frecuente es combinarlos con analgésicos no opioides.

Los opioides potentes o mayores no tienen techo analgésico, es decir, un aumento de la dosis se corresponderá siempre con un aumento del alivio del dolor, por lo que existe margen para aumentar la dosis de opioides con el fin de controlar el dolor. De hecho, las limitaciones para no aumentar la dosis de los opioides potentes o mayores no suele ser el mal control del dolor, sino la aparición de efectos adversos.

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Cómo tomarlos
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  1. Analgésicos no opioides 
  2. Analgésicos opioides 

 

1. Analgésicos no opioides

 
 
 
1.1 Antiinflamatorios no esteroideos (AINE)

Casi todos los fármacos de este grupo se administran por vía oral. También existen presentaciones para administrarlos por vía rectal (diclofenaco, naproxeno) y por vía intravenosa (metamizol, ketorolaco, dexketoprofeno).

 

1.2 Paracetamol

Puede administrarse por vía oral en forma de pastillas o jarabes (presentación que permite ajustar mejor la dosis y que se usa en niños). Existen presentaciones intravenosas de uso casi únicamente hospitalario.

 

2. Analgésicos opioides

 
2.1 Opioides débiles o menores

En su gran mayoría los fármacos de este grupo se administran por vía oral, como el tramadol y la codeína. El tramadol se puede administrar también por vía intravenosa (siempre por parte de profesionales de la salud).


2.2 Opioides potentes o mayores

Los opioides potentes o mayores se pueden administrar de formas diferentes (ficha medicamentos / formas de administración): por vía oral (oxicodona, morfina, metadona), sublingual (buprenorfina), transdérmica en forma de parches (fentanilo, buprenorfina), subcutánea (morfina), intravenosa (morfina, metadona, fentanilo, meperidina) o rectal (morfina).

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Efectos secundarios
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Como sucede con todos los medicamentos, los analgésicos, además de sus efectos beneficiosos, pueden causar efectos secundarios (también llamados efectos perjudiciales o reacciones adversas). Su aparición, tipo, intensidad y duración dependerá de múltiples y diversos factores relacionados tanto con el fármaco como con la persona que lo recibe. 

  1. Analgésicos no opioides
  2. Opioides

 

1. Analgésicos no opioides

 

 
1.1 Antiinflamatorios no esteroideos (AINE)
  • Efectos sobre el aparato digestivo  

    Los efectos secundarios de los antiinflamatorios No Esteroideos (AINE) sobre el aparato digestivo se producen porque, además de evitar la formación de sustancias que el organismo produce para iniciar la respuesta dolorosa, la fiebre o la inflamación, reducen también la producción de otras sustancias que protegen la mucosa gástrica, que es la capa más superficial del estómago, y que evitan que ésta se erosione por los ácidos que produce el propio estómago, que son imprescindibles para digerir los alimentos. Cuando se toman estos medicamentos durantes periodos cortos de tiempo (como días o semanas) estos efectos secundarios suelen ser prácticamente inexistentes o leves y son de carácter reversible. Sin embargo, cuando se toman durante periodos de tiempo largos (durante meses o años), o se trata de personas mayores de 65 años, o personas con problemas digestivos previos (como úlceras en el estómago o en el intestino), o se toman conjuntamente con otros medicamentos que también puedan afectar al estómago (como los corticoides), los AINE pueden causar náuseas, molestias o dolor de estómago, ocasionalmente diarrea y, rara vez, hemorragia digestiva por erosiones en la mucosa del estómago o intestino, que se manifiesta en forma de vómitos de sangre, vómitos de color oscuro o deposiciones (heces) de color negro. Por lo que en estos casos estaría indicado añadir otro fármaco capaz de proteger la mucosa del tubo digestivo.    

    Es importante resaltar que la aparición de erosiones y úlceras en la mucosa gástrica o intestinal puede producirse independientemente de cuál sea la vía de administración del fármaco (oral, inyectable o rectal) y que su toma por vía oral junto con alimentos o después de las comidas no protege del hecho que aparezcan.     

    No todos los AINE tienen el mismo riesgo de producir alteraciones digestivas: los denominados inhibidores selectivos de la ciclooxigenasa 2 (también llamados coxib), p. ej., parecoxib y rofecoxib, no causan daño a la capa superficial del tubo digestivo, por lo que son de elección en tratamientos largos. Cabe recordar, no obstante, que comparten el resto de efectos adversos de los AINE.
     
  • Efectos sobre el riñón  

    Son mucho menos frecuentes que los que producen sobre la mucosa del estómago y del intestino. Se producen cuando la persona toma AINE a dosis altas y durantes periodos de tiempo prolongados, y sobre todo en personas con problemas renales previos. El riñón se puede ver afectado porque disminuye su eficacia a la hora de eliminar sustancias de desecho de la sangre. En los casos más graves la función renal se debe suplir de forma artificial por medio de diálisis renal. 
     
  • Efectos sobre el hígado   

    Los efectos secundarios sobre el hígado se producen en tratamientos con dosis altas, en personas con una enfermedad del hígado, en personas que consumen alcohol de forma habitual en cantidades elevadas, o en casos de sobredosificaciones (consumo de dosis extremadamente altas de forma accidental o voluntaria). Si la dosis que se ha consumido es lo suficientemente alta puede producir hepatitis (inflamación del hígado) y fallo hepático, es decir, que el hígado deje de realizar sus funciones.
     
  • Efectos sobre la piel   

    Suelen ser de poca importancia (picores o erupciones leves), salvo en personas con hipersensibilidad a estos fármacos (alergias). Estas personas alérgicas a alguno de los fármacos de este grupo no deben consumirlo en ningún caso, ya que se podrían producir efectos graves como dificultades para respirar.

 

1.2 Paracetamol 
  • Efectos sobre el hígado 

    Los efectos secundarios sobre el hígado se producen en tratamientos con dosis altas (más de cuatro gramos al día), en personas con una enfermedad del hígado, en personas que consumen alcohol de forma habitual en cantidades elevadas, o en casos de sobredosificaciones (consumo de dosis extremadamente altas de forma accidental o voluntaria). Si la dosis que se ha consumido es lo suficientemente alta puede producir hepatitis (inflamación del hígado) y fallo hepático, es decir, que el hígado deje de realizar sus funciones.
     
  • Efectos sobre el riñón  

    Se producen cuando la persona toma dosis altas de paracetamol (más de cuatro gramos al día) y durante periodos de tiempo prolongados y sobre todo en personas con problemas renales previos. El riñón se puede ver afectado disminuyendo su eficacia a la hora de eliminar sustancias de desecho de la sangre. En el caso del paracetamol, estos efectos adversos sobre el riñón se producen de forma conjunta a los efectos adversos sobre el hígado.
     
  • Efectos sobre la piel 

    Suelen ser de poca importancia (picores o erupciones leves), salvo en personas con hipersensibilidad al paracetamol (alergias). Estas personas alérgicas no deben consumirlo en ningún caso, ya que se podrían producir efectos graves como dificultad para respirar.

 

2. Opioides

  • Efectos sobre el aparato digestivo    

    Los opioides pueden producir nauseas y vómitos, sobre todo en los primeros días de tratamiento. Estos efectos no deseados suelen desaparecer a los seis o siete días. No se recomienda el uso profiláctico de algún fármaco antiemético (que evite las náuseas y los vómitos) porque suelen producir sedación pero pueden emplearse cuando sean necesarios. La administración lenta y el ajuste cuidadoso de la dosis ayudan a reducir las náuseas y los vómitos.    

    Los opioides pueden provocar también estreñimiento o impacción fecal (acumulación de heces secas, endurecidas en el recto o en el colon). El estreñimiento es el efecto secundario más común y el único para el que no se desarrolla tolerancia (disminución en la respuesta a la dosis de una sustancia que se produce a consecuencia de su uso continuado). Este efecto secundario se agrava en el caso de personas ancianas, inmovilizadas, con una enfermedad intestinal o que toman otra medicación que también provoca estreñimiento.  

    Para atenuar el estreñimiento se debe tener un enfoque preventivo que incluye medidas dietéticas (aumentar la toma de líquidos y alimentos con fibra) e higiénicas (ejercicio físico suave o moderado). Si estas medidas no son eficaces, siempre bajo prescripción del equipo de salud, se pueden tomar laxantes incrementadores del bolo intestinal. 
     
  • Efectos sobre el riñón   

    En algunas ocasiones los opioides pueden provocar que la orina quede retenida en la vejiga. En estos casos se intenta que la persona orine administrando líquidos o  fármacos y si esto no es posible se utiliza una sonda vesical (un tubo flexible que llega hasta la vejiga) para evacuar la orina.
     
  • Efectos sobre el sistema nervioso   

    La mayor parte de los fármacos de este grupo pueden provocar somnolencia y la mayoría de personas la sufren al inicio del tratamiento, aunque este efecto suele remitir cuando pasan unos pocos días. Pero en algunos casos este efecto es más grave y provoca sedación excesiva, lo que mantiene a la persona adormilada durante la mayor parte del tiempo y reduce su participación en su recuperación y puede progresar hacia una depresión respiratoria inducida. Para evitar estos efectos es necesario ajustar tanto el tipo de fármaco como la dosis.     

    Uno de los efectos más temidos de los opioides es la depresión respiratoria, que puede presentarse ya en la primera dosis. Se considera clínicamente significativa cuando hay una reducción en la frecuencia y profundidad de la respiración respecto a la considerada normal en esa persona. Los grupos de mayor riesgo de padecerla son los niños débiles de 6 meses, ancianos y personas con enfermedades como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) o con insuficiencia hepática, cardiaca o renal.     

    La aparición de este efecto secundario, debido a que los opiáceos disminuyen la actividad de la zona del cerebro que se encarga de mantener la respiración (centro respiratorio), depende de la dosis, de modo que a medida que aumenta la cantidad de fármaco que se administra, aumenta también la probabilidad de que disminuya la actividad del centro respiratorio. Sin embargo, es un efecto para el que se desarrolla tolerancia (disminución en la respuesta a la dosis de una sustancia que se produce a consecuencia de su uso continuado) al cabo de un periodo variable de días o semanas. Eso significa que cuanto más largo es el periodo en que la persona recibe opioides, mayor es el margen de seguridad.    

    No hay una dosis considerada segura para todas las personas y el riesgo se reduce si se ajusta cuidadosamente la dosis, se controla estrechamente el estado respiratorio y se reduce la sedación (la dosis requerida para causar una depresión respiratoria es superior a la que provoca sedación).    

    A pesar de esta posibilidad, el tratamiento con opioides en situaciones de dolor severo no suele suponer un riesgo para la vida de la persona que los recibe ya que, y así lo corrobora la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, el dolor es un potente antagonista de la depresión respiratoria.
     
  • Efectos sobre el sistema circulatorio

    Se puede producir bajada de tensión arterial, que el corazón disminuya su frecuencia o que se produzcan alteraciones en el ritmo cardíaco. Todo esto se traduce en una sensación de mareo, cuando se administra por vía intravenosa, que cesa al cabo de unos minutos. 
     
  • Otros efectos secundarios
    • Dependencia   

      Según la definición de la OMS, en sentido general, se entiende por dependencia necesitar o depender de alguien o de algo, ya sea como apoyo, para funcionar o para sobrevivir.   

      Existen sustancias que provocan un efecto placentero en las personas que las consumen, por lo que la tendencia natural es intentar repetir este efecto. En ocasiones la persona siente la necesidad de tomar la sustancia de forma periódica y continuada; a esta actitud compulsiva y repetitiva se le denomina dependencia psicológica.    

      La dependencia física aparece cuando la persona que toma una sustancia comienza a sentir un malestar físico cuando desaparece el efecto de la misma en el cerebro. Evitar esta sensación desagradable o negativa se convierte en el motivo principal para seguir tomando el fármaco.  

      Si no se especifica, la dependencia se refiere tanto a los elementos físicos como a los psicológicos. La dependencia psicológica o psíquica se aplica al deterioro del control sobre el consumo de la sustancia, mientras que la dependencia fisiológica o física se refiere a la tolerancia y los síntomas de abstinencia. Se entienden como tal al conjunto de síntomas con grado de intensidad y agrupamiento variables que aparecen al suspender o reducir el consumo de una sustancia psicoactiva que se ha consumido de forma repetida, habitualmente durante un período prolongado o en dosis altas. El síndrome puede acompañarse de signos de trastorno fisiológico.
       
    • Tolerancia   

      Según la OMS, es la disminución de la respuesta a una dosis concreta de una droga o un medicamento, que se produce con el uso continuado, lo que hace que se necesiten dosis más altas para conseguir los efectos que se obtenían al principio con dosis más bajas. Hay factores fisiológicos y psicosociales que pueden contribuir al desarrollo de la tolerancia, que puede ser física, psicológica o conductual. Por lo que se refiere a los factores fisiológicos, puede desarrollarse tolerancia tanto metabólica como funcional. Al aumentar el metabolismo de la sustancia, el organismo será capaz de eliminarla con mayor rapidez. La tolerancia funcional se define como una disminución de la sensibilidad del sistema nervioso central a la sustancia. La conductual es un cambio en el efecto de la sustancia producido como consecuencia del aprendizaje o la alteración de las restricciones del entorno. La tolerancia aguda es la adaptación rápida y temporal al efecto de una sustancia tras la administración de una sola dosis. La inversa, denominada también sensibilización, es un estado en el cual la respuesta a la sustancia aumenta con el consumo repetido.
       
    • Adicción   

      La Organización Mundial de la Salud define adicción como el consumo repetido de una o varias sustancias psicoactivas, hasta el punto de que el consumidor (denominado adicto) se intoxica periódicamente o de forma continua, muestra un deseo compulsivo de consumir la sustancia (o sustancias) preferida, tiene una enorme dificultad para interrumpir voluntariamente o modificar el consumo de la sustancia y se muestra decidido a obtener sustancias psicoactivas por cualquier medio. Por lo general, hay una tolerancia acusada y un síndrome de abstinencia que ocurre frecuentemente cuando se interrumpe el consumo. La vida del adicto está dominada por el consumo de la sustancia, hasta llegar a excluir prácticamente todas las demás actividades y responsabilidades. El término adicción conlleva también el sentido de que el consumo de la sustancia tiene un efecto perjudicial para la sociedad y para la persona. 

 

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Cómo utilizarlos correctamente
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1. Precauciones y pautas de administración, 2. Cómo y cuándo acaba el tratamiento

 

1. Precauciones y pautas de administración

Los analgésicos deben tomarse siempre siguiendo estrictamente la prescripción médica. Cualquiera de los fármacos analgésicos puede producir efectos no deseados si la dosis que se recibe no es la correcta. Esto puede ocurrir tanto por exceso como por defecto, ya que si la dosis es demasiado grande existe un gran riesgo de que aparezcan efectos secundarios, y si es demasiado pequeña el riesgo está precisamente en que el dolor no desaparezca, y surjan otros signos y síntomas relacionados, que pueden derivar en un conjunto de repercusiones personales, familiares y sociales

 

2. Cómo y cuándo acaba el tratamiento

El tratamiento con analgésicos suele terminar cuando desaparece la causa que provoca el dolor. Los analgésicos no curan la enfermedad, tan sólo atenúan o eliminan el dolor, por lo que dejan de ser útiles cuando el problema de salud que motiva el dolor es superado.

En algunos casos se deben consumir analgésicos de forma crónica, durante meses o incluso años, ya que existen enfermedades para las que todavía no existe un tratamiento curativo. En tal caso, el objetivo prioritario del tratamiento no sólo será el abordaje del dolor sino también todas aquella medidas que puedan mejorar el estado de salud de la persona.

Aunque no es frecuente, puede ocurrir que los efectos secundarios que un analgésico produce en una persona sean de tal magnitud que se deba suspender el tratamiento. Este caso se puede producir no sólo porque aparezca un efecto secundario que ponga en riesgo la vida de la persona, sino porque el efecto que aparezca sea límite o impida algunas de las actividades de la vida diaria de la persona que consuma el analgésico. En este caso se aconseja que se consulte con el profesional que lo prescribió para valorar la posibilidad de recurrir a otro fármaco o complementar el tratamiento farmacológico con otras opciones terapéuticas. 

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Analgésicos en las etapas del ciclo vital
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1. Analgésicos en la infancia, 2. Analgésicos en la vejez

 

1. Los analgésicos en la infancia

Como en cualquier otro grupo de fármacos, a los niños no se les debe dar ningún tratamiento que no haya sido prescrito. En la infancia es especialmente importante evitar el consumo de ácido acetilsalicílico (si no es bajo prescripción médica) ya que sus efectos adversos pueden llegar a ser más graves que en los adultos. Existe una enfermedad, llamada síndrome de Reye, potencialmente grave y que puede afectar al cerebro, riñón e hígado, cuya aparición se ha asociado al consumo de aspirina durante el curso de una infección vírica (p. ej., el sarampión o la varicela). Los analgésicos opioides se administran con cierta frecuencia a niños hospitalizados, sobre todo cuando requieren estar sedados mientras se produce un procedimiento doloroso. En cualquier caso se debe vigilar de forma permanente sus signos vitales (pulso, tensión arterial, respiración) mientras dure el tratamiento con este tipo de fármacos. 

Consejos de salud: Infancia 

 


2. Los analgésicos en la vejez

En la vejez, y debido a los cambios que se producen en los órganos que se encargan de metabolizar (asimilar y eliminar) los fármacos, como el hígado y el riñón, las dosis deben ajustarse individualmente. Esta necesidad de individualizar las dosis existe en cualquier grupo de edad, pero exige de una mayor exactitud en las personas mayores. 

Consejos de salud: Vejez 

 

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Consideraciones ante las diferentes situaciones de vida
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Los analgésicos en el embarazo

Durante el embarazo se debe tener especial cuidado ante el consumo de medicamentos. Los AINE no deben consumirse durante el embarazo ya que podrían perjudicar tanto a la madre (retención de líquido, aumento de la tensión arterial) como al feto.

Por lo que respecta al paracetamol no se han realizado estudios en mujeres embarazadas aunque su uso en dosis terapéuticas a corto plazo está generalmente aceptado en todas las etapas del embarazo. Los analgésicos opioides están también contraindicados durante el embarazo. Si su consumo es absolutamente imprescindible, éste se debe producir en un hospital y con un control estricto por parte del equipo de salud de los efectos sobre la madre y sobre el futuro bebé.

Durante la lactancia se pueden consumir analgésicos no opioides (AINE y paracetamol) ya que pueden pasar a la leche materna pero en cantidades muy pequeñas, por lo que es muy poco probable que produzcan efectos nocivos sobre el niño.

En cualquier caso es recomendable consultar previamente al médico antes de consumir cualquier fármaco durante el embarazo y la lactancia. 

Consejos de salud: Embarazo 
Consejos de salud: Lactancia 

Información general

Descripción
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Existen varias definiciones de dolor. Algunos autores creen que el dolor es una sensación molesta de una parte del cuerpo humano cuya causa puede ser interna o externa. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) lo define como “una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con una lesión hística presente o potencial, o descrita en términos de dicha lesión”. El dolor agudo en cualquier caso no es más que una reacción del cuerpo ante algún factor que nos pone en peligro. Esta misión de alerta se ha perdido en caso de que el dolor sea crónico. El dolor agudo podría compararse con la campana en el cuartel de bomberos que avisa, sin dar una gran cantidad de información, de que hay que ponerse en marcha porque algo no está marchando bien.

 

Siguiendo con el ejemplo de los bomberos, pongámonos en la situación en que llega al cuartel el aviso de que se ha declarado un fuego en el monte. En ese momento sonaría la campana y todos los bomberos saldrían a gran velocidad en el camión dispuestos a extinguir el incendio. En este momento la campana, que ya ha cumplido con su misión, debería en buena lógica, dejar de sonar. Pero si esto no sucede, y no sólo no se apaga, sino que a medida que pasan los minutos aumenta el volumen de su señal, la reacción lógica sería apagarla. Esto es básicamente la función de los analgésicos, apagar una señal que ya ha cumplido su función de aviso y que supone, como mínimo, una molestia.

Los analgésicos no actúan sobre la causa del dolor, del mismo modo que apagar la campana del cuartel de bomberos no contribuye a apagar el fuego, sino que atenúan o eliminan la sensación dolorosa. Una vez que desaparece la causa que provocó el dolor agudo, los analgésicos dejan de ser necesarios.

Cada persona percibe de una forma el dolor. La intensidad, duración y capacidad de limitar las actividades de su vida diaria solamente pueden ser valoradas por la persona que tiene dolor. Del mismo modo, es la persona que tiene dolor la única capaz de evaluar si un analgésico está siendo eficaz para atenuarlo o eliminarlo. Esto implica que las dosis de analgésicos, así como la frecuencia de administración deben pautarse de forma individualizada. La única premisa que se suele utilizar es la de comenzar con la menor dosis capaz de calmar o eliminar el dolor, y posteriormente ir aumentándola si el dolor no remite.
 

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Historia
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El tratamiento del dolor ha sido uno de los objetivos prioritarios del ser humano desde que apareció en la tierra. El dolor es uno de los síntomas que aparece en la mayor parte de las enfermedades, por lo que ha hecho que los intentos para eliminarlo hayan sido objetivo de curanderos, chamanes o médicos en todas las etapas de la historia de la humanidad. En múltiples ocasiones, el desconocimiento de las causas que lo provocaban hacía que el tratamiento se centrara en la eliminación de los signos y síntomas. Curiosamente, ya los primeros humanos intuían que el dolor no tenía por qué ser siempre causado por las flechas, las mordeduras de animales salvajes o los traumatismos. El sufrimiento humano podía provenir también de su interior, como así lo atestiguan algunos yacimientos en los que se encontraron restos de cráneos en los que se habían realizado trepanaciones (orificios en el cráneo) en personas vivas, sin duda con el objetivo de aliviar su sufrimiento.

 

La búsqueda de remedios para tratar el dolor está presente en cualquier capítulo de la historia. Así, los cretenses en el siglo XIII a. C. adoraron a quien representó la mitigación del dolor: la diosa de la Adormidera. El culto a esta diosa se debía a que el opio se consideraba un regalo de los dioses por sus efectos sedante y analgésico.

En Mesopotamia (4000-3000 a. C.), los sumerios ya conocían los efectos analgésicos del opio y cultivaban amapolas para extraerlo. A esta flor se le daba el nombre sumerio hul gil, que significaba ‘alegría y felicidad’.

Los beneficios del opio fueron ya descritos por los egipcios en el papiro de Ebers (1600-1500 a. C.). Los egipcios fueron también conscientes del origen espiritual del dolor, que era entendido como un mal de origen sobrenatural y por eso era el chamán o el sacerdote el que realizaba las trepanaciones (orificios en el cráneo) para extraer los espíritus malignos que originaban el sufrimiento.

El más ilustre médico de la antigüedad, Hipócrates (Tesalia, Grecia 463-377 a. C.), recomendaba diversos tipos y preparados de la amapola por sus efectos narcóticos e hipnóticos.

Platón (458-348 a. C.), uno de los filósofos griegos más influyentes, definió el temor como "la anticipación del dolor" y clasificó al dolor entre las emociones. En una de las obras de Platón, el Fedón, intentó mostrar cómo el dolor y el placer nacen uno del otro.

Aristóteles (384-322 a. C.), discípulo de Platón y tutor de Alejandro Magno, escribió "el dolor trastorna y destruye la naturaleza de la persona que lo siente".

Y en Roma, Marco Aurelio (121-180 d. C.) que gobernó el Imperio en su época dorada, creía que el dolor estaba dominado por la mente y llegó a afirmar que la victoria del alma sobre el cuerpo es el triunfo sobre el dolor.

Séneca (4 a. C. - 65 d. C.), filósofo romano y consejero del emperador Nerón, señaló que "hay cierto decoro hasta en el dolor, y quien es sabio debe guardarlo".

Galeno (131-201 d. C.), médico y filósofo griego, describió el opio como un somnífero y calmante que produce enfriamiento del cuerpo. Este enfriamiento es capaz de llevar a la muerte de la persona que lo consuma.

Teodorico del Borgognoni, médico que acompañó a la V cruzada, en 1258, ideó un tipo de anestesia general con esponjas; se preparaban empapándolas con opio, mandrágora, cicuta y lechuga, se colocaban sobre el rostro de la persona y después se pasaba al procedimiento doloroso.

Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus Von Hohenheim (1493-1541), también conocido como Paracelso, médico y alquimista suizo, llamó láudano al opio, que en latín significa ‘alabable’.

A principios del siglo XIX, el médico alemán Sertürner separó el ácido mecónico del opio y produjo la morfina, llamada así en honor de Morfeo (dios del sueño en la mitología griega).

Ya en el siglo XX hay que hacer mención especial a la creación, en mayo de 1973, de la IASP (siglas que corresponden a su nombre en inglés, International Association for the Study of Pain) con el objetivo de crear un foro internacional e interdisciplinario para aumentar los conocimientos sobre el tratamiento del dolor y mejorar la formación de los profesionales de la salud que tratan a personas con dolor.

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Nombres
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  1. Analgésicos no opioides 
  2. Analgésicos opioides 
  3. Fármacos coadyuvantes

 

1. Analgésicos no opioides

 

1.1 Antiinflamatorios no esteroideos (AINE)

Salicilatos 


Pirazolonas 


Derivados del ácido acético 


Derivados del ácido propiónico 

 
Derivados del ácido antranílico 


Oxicams 


1.2 Paraaminofenoles 

 

 

2. Analgésicos opioides

 

2.1 Opioides débiles o menores 

 

 2.2 Opioides potentes o mayores: 

 

3.Fármacos coadyuvantes o coanalgésicos

Antidepresivos 

 
Anticonvulsivantes 

 
Anestésicos locales orales 

  • Mexiletina


Corticoesteroides 

 
Drogas simpaticolíticas 


Agentes tópicos 


Misceláneos 

 
Drogas para dolor óseo maligno 

 
Neurolépticos 

 
Drogas para obstrucción intestinal no quirúrgica 

 

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El prospecto
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El prospecto es el documento elaborado por la empresa farmacéutica y dirigido al consumidor. Acompaña al fármaco y en él se recogen los datos más importantes del mismo. Debe de estar elaborado de manera que la persona que va a consumir el medicamento sea capaz de comprender la información que contiene.

Clasificación
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Existen diferentes grupos de fármacos utilizados para el tratamiento del dolor, cada uno de los cuales tiene propiedades diferentes. Así en función de cómo sea el dolor, cuál sea la causa que lo produzca y dónde esté localizado, se utilizarán unos fármacos u otros. 

  1. Analgésicos no opioides
  2. Opioides

 

 

 

1 . Analgésicos no opioides

 

1.1 Antiinflamatorios no esteroideos (AINE)

Cuando aparece un estímulo doloroso (una herida, una quemadura, o cualquier lesión de los tejidos), además de una posible respuesta inmediata y automática (que en el caso de la quemadura, por ejemplo sería retirar la mano), el cuerpo inicia una respuesta para avisar al cerebro de que algún tejido está sufriendo o de que existe algún peligro. Cuando el organismo inicia una respuesta ante una lesión se activa una proteína llamada ciclooxigenasa que produce sustancias (como los prostanoides, prostaglandinas y leucotrienos) que hacen que aparezca el dolor, la fiebre y la inflamación. Los antiinflamatorios no esteroideos (AINE) bloquean la actividad de la ciclooxigenasa (COX), lo que tendrá como consecuencia un triple efecto: analgésico, antiinflamatorio y antipirético; en el caso concreto de la aspirina cabe añadir un cuarto efecto que sería el de antiagregante plaquetario.

Efectos: 

  • Efecto analgésico: Una de las sustancias que es capaz de producir la ciclooxigenasa son los llamados prostanoides, que actúan disminuyendo el umbral del dolor, es decir, haciendo que aparezca una respuesta dolorosa ante un estímulo de menor magnitud. Bloquear este efecto es la base de la acción analgésica de los AINE ya que al disminuir la producción de prostanoides se alivia el dolor asociado a la inflamación o a la lesión de un tejido. 
  • Efecto antiinflamatorio: La respuesta inflamatoria está asociada a la vasodilatación (dilatación de vasos sanguíneos), edema (salida de parte del líquido contenido en el interior de los vasos sanguíneos al espacio que existe entre las células) y el dolor. Los productos de la Ciclooxigenasa intervienen en estos tres efectos, por lo que su bloqueo por parte de los AINE atenúa tanto la vasodilatación como el edema o el dolor. 
  • Efecto antipirético: este efecto se debe a la inhibición de la producción de prostaglandinas por parte de la Ciclooxigenasa. Las prostaglandinas actúan en el centro de regulación de la temperatura que se encuentra en el cerebro (concretamente en el hipotálamo) y provoca que la temperatura aumente. Si los AINE evitan la formación de estas prostaglandinas, favorecen que la fiebre disminuya. 
  • Efecto antiagregante plaquetario: este efecto sólo lo tiene la aspirina, bloquea la ciclooxigenasa de las plaquetas de forma irreversible e impide que estas se agreguen y formen trombos. La aspirina se utiliza con esta finalidad en la prevención de enfermedades provocadas por trombos como los infartos de miocardio o los infartos cerebrales.

 

1.2 Paraaminofenoles

Aunque los derivados paraaminofenoles son: acetanilida, fenacetina, propacetamol y paracetamol, en la práctica sólo se utiliza este último.

El paracetamol es un analgésico que actúa a nivel del sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) inhibiendo la formación de prostaglandinas, que son unas de las moléculas responsables de la respuesta dolorosa. A diferencia de los AINE, el paracetamol no tiene efecto en el resto de tejidos, por lo que carece del efecto antiinflamatorio y antiagregante plaquetario.

Los analgésicos no opioides (AINE y paracetamol) son capaces de controlar la mayor parte de los dolores de leves a moderados que las personas sufren de forma habitual como los dolores de cabeza, de garganta, dolores articulares, dolores musculares, dentales, cólicos renales o dolores oncológicos en sus fases iniciales. Estos fármacos tienen techo analgésico (máximo efecto que un fármaco puede producir), es decir, llega un momento en el que aumentar la dosis no modificará la intensidad del dolor (no se obtendrá un mayor alivio) pero sí aumentarán los posibles efectos secundarios.

La mayor parte de los analgésicos no opioides produce un efecto rápido sin que apenas haya efectos secundarios. Generalmente, estos efectos no deseados aparecen cuando la persona los toma durante un periodo largo de tiempo. 

 

2. Opioides

Los opioides son fármacos que atenúan o eliminan el dolor actuando directamente sobre las neuronas. Esto significa que a la hora de tomar un fármaco de este grupo éste llegará al sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) atenuando la respuesta de las células nerviosas encargadas de responder ante un estímulo doloroso.

Los opioides se clasifican: 

  • Por su efectividad ante el dolor: opioides débiles (o menores) y opioides potentes (o mayores) 
  • Por su afinidad con receptores cerebrales: agonistas puros, agonistas-antagonistas y antagonistas.

2.1 Según su efectividad 
  • Opioides débiles o menores  

    Estos medicamentos se utilizan cuando la intensidad del dolor es moderada o cuando el efecto de los AINE no logra controlarlo del todo. Los opioides débiles o menores se toman habitualmente en combinación con analgésicos no opioides, ya que los opioides actúan sobre el sistema nervioso central y los analgésicos no opioides lo hacen sobre el sistema nervioso periférico lo que permite atacar el dolor desde los dos frentes.

    Como en el caso de los analgésicos no opioides, los opioides débiles son capaces de reducir o eliminar el dolor, pero no la causa que lo motiva.   

    Los opioides débiles tienen un techo analgésico, de tal modo que a partir de una dosis determinada, el aumento de la misma no conlleva un aumento del efecto analgésico. 
     
  • Opioides potentes o mayores  

    Estos fármacos se utilizan cuando la intensidad del dolor es elevada y el tratamiento con analgésicos no opioides y con opioides débiles o menores no es capaz de controlarla. Lo más frecuente es combinarlos con analgésicos no opioides. 

    Los opioides potentes actúan sobre el sistema nervioso (cerebro y nervios) disminuyendo de forma muy importante la respuesta ante los estímulos dolorosos. De esta forma de actuar también se derivan sus efectos no deseados como la somnolencia o los mareos. 

    Hay un grupo de opioides potentes o mayores (los llamados agonistas puros) que carecen de techo analgésico, por lo que existe margen para aumentar la dosis de opioides con el fin de controlar el dolor y, de hecho, las limitaciones para usarlos no se relacionan con su falta de eficacia, sino con la aparición de efectos adversos que se producen cuando se aumenta la dosis.
     
2.2 Según su afinidad con los receptores cerebrales

Los opioides se unen a tres tipos de receptores situados en la membrana de las neuronas (llamados con las letras griegas delta [δ], mu [µ] y kappa [κ]). Y en función de la capacidad o afinidad que tengan para unirse a estos receptores, los opioides se clasifican en: agonistas puros, agonistas-antagonistas y antagonistas puros. 

  • Agonistas puros

    Los fármacos agonistas son aquellos que tienen capacidad para unirse a los receptores cerebrales, que es lo que se conoce como afinidad. Una vez unidos a estos receptores son capaces de provocar una serie de reacciones que llevan a atenuar el dolor; este efecto analgésico se denomina actividad intrínseca (muestran la máxima actividad intrínseca sobre los receptores µ). De este grupo, los fármacos más comúnmente usados son la morfina, el fentanilo, la petidina, la heroína o la metadona. No tienen techo analgésico (es decir, no tienen límite de eficacia analgésica) y no revierten o antagonizan los efectos de los otros opioides de su misma clase cuando se administran simultáneamente. 
     
  • Agonistas-antagonistas mixtos 

    Los fármacos de este grupo, a diferencia de los agonistas, tienen techo para la analgesia, es decir, que a partir de una dosis determinada, si se aumenta la dosis no comporta que sea mayor el alivio del dolor. Estos fármacos bloquean la analgesia opioide en los receptores µ o son neutrales en este receptor, mientras que simultáneamente activan un receptor opioide diferente, el K. Esto significa que las personas que estén recibiendo opioides agonistas puros (que ejercen su actividad intrínseca sobre los receptores µ) no deben recibir un opioide agonista-antagonista pues al hacerlo se puede bloquear la analgesia causada por el primero, que se precipite un síndrome de abstinencia y que el dolor aumente. 

    Entre los fármacos más utilizados de este grupo se encuentran: pentazocina, butorfanol, dezocina y nalbufina. 
     
  • Antagonistas puros  

    Los fármacos antagonistas sólo presentan afinidad pero sin actividad intrínseca, es decir, se unen a los receptores opioides cerebrales pero no desencadenan un efecto analgésico. Por consiguiente, no se usan como analgésicos sino que se utilizan para tratar la intoxicación por opioides, ya que son capaces de revertir sus efectos. El fármaco más utilizado de este grupo es la naloxona.

 

 

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Consejos de la enfermera

Respirar
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En contra de lo que dice la opinión general, es realmente difícil que los opioides causen dificultad para respirar cuando se utilizan para tratar el dolor crónico. El dolor en sí mismo es capaz de contrarrestar este efecto.

 

Para tratar el dolor, además de los fármacos, es importante aprender a mejorar la respiración. Una técnica respiratoria correcta puede hacer que el dolor se atenúe, por lo que la persona que tiene dolor puede aprender algunas técnicas específicas.

Por ello es aconsejable tener en cuenta: 

  • Los consejos específicos acerca de respirar 


Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Respirar

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Comer y beber
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El dolor es capaz de disminuir el apetito, por este motivo los medicamentos que eliminen el dolor podrán ayudar a la persona a recuperarlo total o parcialmente.

En ocasiones el propio medicamento puede influir en la sensación de hambre debido a alguno de sus efectos secundarios, como las nauseas o los vómitos. Habitualmente estos efectos secundarios solamente se presentan al inicio del tratamiento, pero en cualquier caso existen fármacos capaces de eliminarlos. Además de los fármacos para paliar las nauseas, existen otros medicamentos y complementos dietéticos que potencian el apetito.

 

Existen además algunas medidas higiénicas que la persona puede poner en marcha para atenuar la pérdida de apetito, las nauseas o la sequedad de boca que provocan algunos medicamentos.

Por ello es aconsejable tener en cuenta: 


Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Comer y beber

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Moverse y mantener una postura corporal correcta
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El dolor hace que la persona que lo sufre se mantenga quieta la mayor parte del tiempo adoptando una postura antiálgica, que no es más que la postura en la que se siente menos el dolor. Por ejemplo, en los dolores abdominales la postura antiálgica se adopta en posición fetal, es decir, tumbado y con las rodillas flexionadas sobre el pecho. Es importante que los fármacos analgésicos se tomen en la dosis necesaria para que la persona pueda comenzar a hacer una actividad física adaptada a su situación. La actividad física no sólo ayudará a evitar que los músculos y articulaciones recuperen la movilidad y se evite la pérdida de masa muscular, sino que también contribuirá a atenuar el dolor y a favorecer el descanso y el sueño.

 

Por ello es aconsejable tener en cuenta: 

 
Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Moverse y mantener una postura corporal correcta  

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Reposar y dormir
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El insomnio, sobre todo en el dolor crónico, debe abordarse de forma enérgica, ya que la falta de descanso hace que disminuya el umbral del dolor (intensidad mínima de un estímulo que despierta la sensación de dolor). La disminución del umbral del dolor hace que la persona perciba el dolor con un estímulo menor, lo que además incrementa la ansiedad, evita que la persona concilie el sueño y entre así en un círculo vicioso. La estrecha relación entre el dolor y el descanso hace que una persona que descansa y duerme bien tenga menos dolor que una que no lo hace. Existen fármacos que favorecen el sueño y la relajación muscular. Además existen algunas medidas que la persona puede tomar para favorecer el descanso.

 

Por ello es aconsejable tener en cuenta: 

    
Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Reposar y dormir

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Eliminar
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Algunos analgésicos pueden causar estreñimiento al reducir los movimientos del intestino, que facilitan la formación y expulsión de heces de consistencia normal. Puesto que el estreñimiento es común con el uso de opioides, es conveniente poner en marcha de manera preventiva una serie de medidas higiénicas y dietéticas desde el momento en el que se inicia el consumo de estos fármacos y mantenerlas hasta que se termina el tratamiento con opioides. Además existen fármacos muy útiles para atenuar o eliminar el estreñimiento que causan los opioides.

 

Por ello es aconsejable tener en cuenta: 

  • Los consejos específicos acerca de eliminar 

   
Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Eliminar

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Evitar peligros y prevenir riesgos
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En contra de la opinión general, el uso de morfina o de fármacos opioides no tiene por qué suponer un riesgo para la persona que los toma. Las dosis, la frecuencia de administración, así como la forma de tomarlos (oral, intravenoso, etc.) debe decidirse en función de cada persona, de la situación en la que se encuentre, así como el nivel de dolor que experimente. La prescripción individualizada y el cuidado y atención del equipo de salud hacen que el riesgo de que aparezcan efectos secundarios se reduzca. En cualquier caso, los efectos secundarios  de estos fármacos se pueden minimizar o tratar si se modifican las dosis, se cambia de analgésico o se administran otros medicamentos.

 

El mayor peligro para la persona que tiene dolor no es que se presenten efectos secundarios derivados del uso de analgésicos, sino que precisamente estos aparezcan por continuar viviendo con dolor. Son indudablemente fuertes las consecuencias negativas que tiene para la persona vivir con el dolor ante los posibles efectos secundarios de los analgésicos, por lo que la prioridad será siempre abordarlo desde la mayor cantidad de frentes posibles, entre los que sin duda tiene un importante papel el tratamiento farmacológico, pero no es la única opción disponible. Existen en la actualidad una gran cantidad de fármacos que ayudan a atenuar e incluso a eliminar el dolor, y son muy pocas las situaciones en las que se agotan las opciones terapéuticas. Además, son de especial consideración todas las medidas que se pueden llevar a cabo para controlar la situación de salud de la persona y que pueden repercutir de forma positiva en atenuar su dolor.

Por ello es aconsejable tener en cuenta: 

 
Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Evitar peligros y prevenir riesgos

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Comunicarse e interactuar socialmente
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El uso de fármacos opioides puede suponer un aumento de la somnolencia, que impide mantener una vida social similar a la que se tenía. Es muy importante ajustar la dosis del fármaco a la situación de cada persona, o lo que se llama “individualizar la dosis”. Así en el tratamiento del dolor hay que poner en un lado de una balanza la intensidad del dolor que tiene una persona y en el otro la limitación que se puede tener debido al uso de una dosis que anule por completo este dolor. Es posible que la persona, junto con el equipo de salud, decida limitar este control del dolor (por ejemplo, al 80% en vez del 100%) a cambio de poder realizar las actividades de su vida diaria de la forma habitual sin tener algunas limitaciones causadas por los fármacos.

 

Por ello es aconsejable tener en cuenta: 

  
Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Comunicarse e interactuar socialmente

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Trabajar y divertirse
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El dolor puede ser el origen de un abandono paulatino de las actividades laborales o recreativas de la persona que lo sufre, entre otras repercusiones personales, familiares y sociales a tener en cuenta. El objetivo del tratamiento en este caso es el de permitir que la persona recupere en la medida de lo posible su actividad habitual. En ocasiones la dosis necesaria para controlar el dolor provoca efectos adversos tales como sedación o somnolencia, lo que tampoco permite trabajar o divertirse. Es en estos casos cuando se debe extremar el ajuste e individualización de las dosis, con el objetivo de permitir estas actividades aún a costa de no eliminar del todo el dolor. En este juego de ajuste, quien sin duda tiene la última palabra es la persona que tiene el dolor, y cabe considerar todas las acciones que permiten un mejor situación de salud.

 

Por ello es aconsejable tener en cuenta: 

 
Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Trabajar y divertirse

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Tópicos y conductas erróneas
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Cada persona requiere un tratamiento individualizado.
No existen ni dosis ni duraciones de tratamiento estandarizadas. Cada persona percibe el dolor de una forma diferente y por tanto requiere fármacos, dosis, vías y frecuencias de administración particulares y adaptadas a sus actividades diarias

El dolor debe abordarse cuanto antes.
Retrasar el inicio del tratamiento no lleva a un mejor control. No tomar analgésicos cuando aparece el dolor para “reservarlos” para cuando el dolor sea más intenso, no sólo no es útil sino que dificulta el control del dolor. Es siempre mejor tratar el dolor cuando es leve y con una dosis baja será suficiente para reducirlo o eliminarlo. Cuando su intensidad es elevada se requerirá una dosis mayor para obtener el mismo (o menor) efecto analgésico.

 

Los analgésicos opioides no anulan la personalidad de las personas que los consumen. Los efectos adversos no van más allá de cierto grado de sedación y de somnolencia que desaparecen una vez ajustada la dosis.

Las personas que toman opioides no se convierten en adictos.
Nada más lejos de la realidad. Los opioides son analgésicos potentes que mejoran la calidad de vida de la persona con dolor. Una vez que la causa del dolor desaparece, la retirada del opioide no supone un problema, siempre que se realice de forma escalonada.

La morfina la puede tomar cualquier persona que tenga dolor intenso, no sólo las personas que están agonizando.
Existe la creencia de que el uso de morfina se reserva solamente para personas para cuya enfermedad no existe tratamiento o que están en los últimos momentos de su vida. Lamentablemente esto puede ser verdad en algunos casos, pero no porque la morfina deba utilizarse únicamente en los momentos finales de la vida de la persona o porque tenga efectos secundarios intolerables, sino porque todavía se reserva erróneamente en muchos casos para estos momentos, cuando es tremendamente eficaz en el tratamiento del dolor en otras fases. Los opioides, entre los que se encuentra la morfina, son enormemente útiles en el tratamiento del dolor en una gran cantidad de situaciones que no tienen relación alguna con enfermedades incurables ni con fases terminales.

El uso de la morfina a las dosis que la persona requiere para controlar el dolor no provoca depresión respiratoria ni una disminución significativa de la función pulmonar. En el caso de los analgésicos opioides, como con cualquier otro medicamento, se debe mantener un equilibrio entre los efectos beneficiosos que se persiguen (en este caso el control del dolor) y el control de los posibles efectos adversos.

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Última modificación: 11/02/20 12:56h

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