Información general

Descripción
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La eliminación de los productos de desecho del organismo se produce principalmente a través de la orina y de las heces. Los comportamientos relacionados con la actividad de eliminar tienen una función básica y fundamental en el mantenimiento del equilibrio corporal, el bienestar y la salud de la persona y su entorno.

 

Eliminar no se reduce a un acto puramente fisiológico, sino que comprende una serie de factores emocionales y culturales que, a su vez, modulan las actitudes, las expresiones y los comportamientos individuales y grupales que condicionan cuándo, dónde y cómo deben llevarse a cabo las acciones necesarias.

Las acciones de miccionar y defecar abarcan el sistema de acciones voluntarias que una persona lleva a cabo para conseguir la expulsión al exterior de los productos de desecho que proceden del metabolismo celular, del exceso de agua generado y de los restos de alimentos no absorbidos en el intestino delgado. Estas acciones voluntarias se refieren tanto a las que se hacen de manera consciente como a aquellas que se llevan a cabo de manera automática y que han sido moduladas por el aprendizaje, pero que finalmente pueden ser controladas por la voluntad.

Para llevar a cabo estas acciones voluntarias es necesario que la persona tenga capacidad sensorial y cognitiva para darse cuenta de la necesidad de miccionar o defecar, capacidad para anticiparse con tiempo suficiente para evitar los escapes o las incontinencias, y capacidad para regular la frecuencia adecuada de miccionar y defecar para no perjudicar el organismo. Para completar la actividad, también se requiere capacidad motriz para colocarse en el lugar y en la posición adecuada, y miccionar y defecar de manera satisfactoria, es decir, sin dolor ni molestias y sin sentir amenazada su dignidad.

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Capacidades biofisiológicas y psicológicas
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Los comportamientos relacionados con la eliminación están regulados fisiológicamente por los reflejos de micción y defecación. La presencia de éstos hace tomar conciencia de la sensación de querer orinar o defecar.

 

La sensación de querer miccionar sobreviene cuando en la vejiga se ha almacenado una cantidad de orina suficiente para desencadenar el reflejo de la micción. La orina producida por el riñón desciende por los uréteres, se almacena en la vejiga y provoca su distensión, lo que induce a la estimulación de los receptores sensibles a la dilatación, localizados en la pared de la vejiga y la uretra posterior. Estas señales sensitivas inducidas por los receptores llegan a los segmentos sacros de la médula espinal para volver de nuevo, de forma refleja, a la vejiga, lo cual estimula la contracción de la musculatura lisa de la pared (detrusor). Cuando la cantidad de orina es pequeña, estas contracciones de la musculatura de la vejiga son inhibidas por estructuras superiores del sistema nervioso central (SNC). Si los volúmenes de orina son más importantes, el reflejo automático de la micción se pone en marcha y produce una contracción intensa de la musculatura de la vejiga y la relajación del esfínter interno de la uretra. En este momento la persona toma conciencia de querer orinar.

Si la persona decide no orinar, se produce la inhibición del reflejo: los centros superiores pueden mantener una contracción continua del esfínter vesical, y ejercer así el control voluntario de la micción. Para el control de la inhibición del reflejo es imprescindible la continencia del esfínter externo, que, bajo el control consciente y voluntario de la persona, evita que la orina se escape en un momento poco apropiado. Este control puede llevarse a cabo durante un tiempo, ya que, conforme va distendiéndose más la vejiga, llega un momento en que el control voluntario de la micción puede quedar sensiblemente mermado, debido a que la contracción de la musculatura de la vejiga es tan fuerte que resulta imposible su inhibición.

Cuando la persona decide miccionar se ubica en el lugar apropiado. Un grado de autonomía suficiente le proporcionará la capacidad para manipular la ropa y le dotará de la fuerza y el equilibrio necesario para colocarse en la posición de sedestación (sentado) o bipedestación (de pie) que le facilite la relajación del esfínter externo. En ese momento fluye la orina sin dolor ni esfuerzo y se produce la micción, es decir, la expulsión de la orina almacenada en la vejiga hacia el exterior a través de la uretra. En este momento de expulsión resulta más difícil detener el flujo de manera voluntaria.

En ausencia de patologías, la frecuencia de las micciones está regulada principalmente por la cantidad de líquidos bebidos y del contenido en agua de los alimentos ingeridos. La frecuencia habitual de una persona también puede estar condicionada por reacciones emocionales, por ejemplo, el miedo o el enojo aumentan la frecuencia de micción. Este deseo más frecuente de miccionar puede ser explicado o bien por una percepción de llenado vesical más incipiente, o bien por un ligero incremento de la producción de orina.

La sensación de querer defecar sobreviene cuando en la parte terminal del colon, es decir, en el recto, se ha alojado una cantidad suficiente de materia fecal que desencadena el reflejo de la defecación. La materia fecal (bolo fecal) se va formando después que en la primera parte del intestino grueso, o colon ascendente, se ha llevado a cabo la absorción de electrolitos, agua y algunas vitaminas. Las heces progresan por la luz del colon y pasan a ubicarse en la segunda parte del intestino, donde gracias a los movimientos de propulsión de masa avanzan por la luz del colon descendente.

Los movimientos intestinales contribuyen al tránsito de las heces. Un tránsito acelerado repercute en una disminución de la absorción del agua de la materia fecal y produce la expulsión de deposiciones de consistencia más blanda. Por el contrario, un tránsito lento por la luz del colon da como resultado heces más duras, que generalmente se acompañan con un descenso de la frecuencia de defecación.

Niño en el cuarto de baño haciendo sus necesidades y leyendo

Los diferentes bolos fecales llegan a situarse en el sigma y cuando, finalmente, se alojan en el recto producen una dilatación de sus paredes. Este es el momento en el que la persona toma conciencia del deseo de defecar; es entonces la ocasión de buscar y dirigirse hacia el lugar apropiado. La persona tiene que poseer orientación espacial y autonomía para desplazarse, mantener el equilibrio para manipular la ropa y colocarse en sedestación, a la vez que tiene que mantener la continencia del esfínter externo durante el tiempo que dura esta acción.

La persona, colocada en la posición apropiada, espera el reflejo de la defecación, que se desencadena por las señales enviadas desde el recto a la médula espinal, que vuelven hacia el colon descendente, el sigma y el recto, y que fuerzan las heces hacia el ano con intensidad. De esta manera, el reflejo contribuye a vaciar de forma importante el contenido de heces del colon y produce una defecación eficaz, es decir, la expulsión de heces al exterior a través del ano. Este momento se acompaña de la realización de una inspiración profunda, del cierre de la glotis y de la contracción de la pared abdominal para forzar el contenido fecal del colon hacia abajo, al tiempo que el suelo de la pelvis se desplaza hacia arriba y empuja hacia afuera el anillo anal para expulsar las heces al exterior. Este instante se acompaña de la relajación voluntaria del esfínter externo.

Si la persona decide que no es el momento o el lugar, este reflejo puede desaparecer en un tiempo, bajo el control voluntario de la contracción del esfínter externo. Si no se relaja el esfínter externo, los receptores rectales empiezan a deprimirse y la urgencia de defecar se pospone hasta que actúen de nuevo los movimientos en masa; esto puede suceder horas después o al día siguiente.

La defecación también puede provocarse sin el reflejo previo, recurriendo a aumentar la presión intraabdominal con una inspiración profunda, cerrando la glotis, moviendo el diafragma hacia abajo y contrayendo los músculos abdominales, lo que fuerza el descenso del contenido hacia el recto, produce la distensión del mismo y desencadena nuevos reflejos. Este mecanismo nunca es tan potente como la combinación de los mencionados anteriormente.

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Aspectos socioculturales
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La actividad de eliminar está cargada de significados sociales y culturales que hacen que el acto de la micción y, sobre todo, el de la defección sean considerados algo desagradable y repugnante que no puede hacerse en presencia de otros. Las actitudes y los comportamientos personales hacia estos actos están modulados por el aprendizaje de las personas en el marco sociocultural en el que nacen y alcanzan la madurez. En la cultura occidental el significado construido alrededor de los productos de la micción y la defecación se asocia con lo sucio, lo no deseable, lo cual provoca y explica ciertos comportamientos.

  1. Significado social
  2. Desarrollo económico 

 

1. Significado social

La localización anatómica de los esfínteres uretral y anal, próximos a los órganos genitales, aumenta la carga simbólica cultural de los actos de defecar y miccionar. La moral de no exhibición de estas partes, calificadas como íntimas, se traduce en comportamientos normativos de evitar mirar a otros, por lo que se defeca y micciona sólo en la intimidad, y se llega incluso a evitar hablar de forma directa sobre ellos.

Esta carga simbólica hace considerar estos actos como antiestéticos y marca comportamientos en el adulto de rechazo a la visión de las heces o la orina. Derivado de esta asociación, la defecación y la micción se hacen en lugares íntimos y privados. El olor e incluso el color de las heces y de la orina es asociado culturalmente a lo sucio y lo desagradable, hasta tal punto que, en ocasiones, puede llegar a condicionar respuestas nauseabundas.

Las heces son productos con un alto contenido en microorganismos (bacterias y hongos), mientras que la orina recién emitida, en condiciones normales, es un producto estéril. Sin embargo, la asociación del retrete con lo sucio desencadena ciertos comportamientos de limpieza que no han escapado a la curiosidad de algunos investigadores, que han comprobado que los inodoros y los cuartos de baño son las zonas de la casa donde hay menos bacterias; como ejemplo, señalan que en la mesa de ordenador se pueden encontrar mas bacterias que en la taza del váter.

La carga simbólica mencionada anteriormente está sufriendo algunas modificaciones. Hoy día hay indicios que hacen percibir los actos de miccionar y defecar como algo menos repulsivo que en el pasado. Si bien hace unas décadas estos actos no se mostraban en los medios de comunicación, actualmente no es extraño que en la publicidad o en las películas se muestren comportamientos más abiertos. Antes estos actos se asociaban a escenas en las que se ridiculizaba al personaje, hoy día es frecuente que en series y películas nos presenten a los protagonistas, hombres o mujeres, en escenas en las que aparecen sentados en el inodoro. En este sentido, es cada vez más frecuente encontrar en los lugares públicos aseos compartidos y no diferenciados para hombres y mujeres. Todo esto nos hace pensar que tal vez estamos ante un cambio tendente a naturalizar más las acciones de miccionar o defecar.

 

2. Desarrollo económico

El desarrollo económico y social ha contribuido a mejorar las viviendas, y las ha dotado de espacios denominados “cuarto de baño”. Lejos quedan aquellas viviendas con váteres comunitarios, que forzaban a compartir estos espacios con personas que no eran de la familia o del grupo cercano y que obligaban a guardar el turno para poder hacer uso de dicho espacio.

La incorporación de uno o incluso dos o más cuartos de baño en las viviendas unifamiliares ha favorecido el acceso cómodo y rápido al váter o inodoro, a la vez que ha contribuido a crear una necesidad mayor de intimidad y un aumento en el grado de exigencia de limpieza. Esto tiene repercusión en los comportamientos de algunas personas, cuya inhibición del reflejo queda condicionada cuando no disponen de intimidad, en espacios que no son los suyos y que no están escrupulosamente limpios.

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Condiciones ambientales
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En toda sociedad las prácticas de defecar y miccionar se rigen mediante unas reglas de convivencia que están sujetas a normas higiénico-sanitarias, de tal manera que los productos excretados no favorezcan la transmisión de enfermedades. En las heces de personas enfermas se pueden encontrar agentes patógenos; entre ellos se incluyen los causantes de la fiebre tifoidea y la paratífica, la disentería, el cólera o las infecciones causadas por salmonela. Además existen virus (hepatitis A) y parásitos (ameba) que producen cuadros de gastroenteritis trasmitidos por vía fecal-oral. Estos agentes abandonan el cuerpo en la materia fecal excretada y pueden entrar en el nuevo huésped a través de la boca, para llegar al nuevo intestino y reproducir la enfermedad. Para su prevención es imprescindible que se garantice la eliminación del ambiente de los residuos fecales sin que entren en contacto con los alimentos, el ganado o la red de distribución del agua. Además habrá que tener en cuenta la higiene personal después de la eliminación fecal.

 

El nivel de desarrollo de nuestra sociedad garantiza una correcta eliminación de estos residuos, sin embargo hay que mantener la alerta, sobre todo con aquellos alimentos que pueden ser ingeridos crudos o poco cocinados. La temperatura a la que normalmente se someten los alimentos cocinados asegura la destrucción de la mayor parte de los microorganismos que pueden producir infecciones gastrointestinales manifestadas en forma de diarrea intensa y dolor abdominal.

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Última modificación: 11/11/21 11:02h

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